Armando Almánzar R.
Santo Domingo
Se le puede agradecer al señor Francisco Disla la intención de salirse de las consabidas comedias destartaladas para internarse en un tema que apenas fue intentado en “Andrea” con resultados no demasiado enjundiosos.
Y, en efecto, se lo agradecemos.
Pero, por desgracia, de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, y este viejo refrán viene como anillo al dedo a esta historia escrita por el mismo Disla junto con Humberto Espinal, puesta que ese mentado y reiterado “hoyo del Diablo” que se menciona es, se hace evidente, parte del tal infierno.
El problema con este “agujero” es, como muchas otras veces en nuestro cine, comedias o no, es que el guión cojea desde el principio y no porque trate de brujería, de vudú o porque aparezcan seres infernales, que de eso estamos hasta las narices en docenas y docenas de películas, buenas y malas, provenientes de todo el mundo.
No; nos referimos a la continuidad lógica de la historia que se cuenta, no a que la chica escuche tambores y a alguien le mate un carro, sino a todo lo que discurre que no es producto de la subjetividad de la Sofía, como esos humos y esas rejas que se abren en la entrada de su casa, por ejemplo. Nos referimos a un auto que cae en un barranco de más de cien metros y se destroza al llegar abajo, para que sus seis ocupantes salgan con un par de raspones y una chica coja cuya cojera es olvidada a los diez minutos. Nos referimos a los tres sucesivos desmayos de la Sofía, a las modernas lámparas de seguro compradas en Cuesta encendidas en una casona abandonada desde 1937, amén de una radio portátil, un fusil ametralladora moderno y una pistola de 1844, a un hermoso alazán blanco que de buenas a primeras aparece frente a la casa (el caballo de San Miguel Arcángel, invocado por la madre de Sofía para salvarla que aparece...Y con él...Por si acaso, también la buena señora, trasladada allí por arte de birlibirloque, como aparecen luego, en aquel lugar del cual nadie podía salir, carros de la policía y ambulancias y un vestido limpio para la muy desmayada y embarrada Sofía, y nos referimos también, cómo no habría de ser, a la desaparición de la chica tragada por el “hoyo” que no es echada de menos durante buen rato como tampoco escucharon sus desaforados chillidos ni los de la otra medio devorada por un culebrón tomado prestado de “Anaconda”, mientras el otro amigo, encerrado en el muy moderno baño con todo y bidet, se arranca un brazo de un disparo y todos se pasan casi todo el desarrollo diciendo “vamos a salir de aquí” y nunca salen pero, cuando salen...Llega el caballo y amén
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